Alberto, Javier, Pablo y Óscar son cuatro de los trabajadores de BSH Esquíroz que han participado este miércoles en la concentración ante el Parlamento de Navarra. Con edades entre los 46 y los 54 años, han preferido no dar sus apellidos aunque corresponden al perfil medio que tienen los 655 empleados amenazados por el cierre de la planta que produce frigoríficos y lavavajillas para las marcas Bosch, Siemens y Balay. “Todavía no nos hemos hecho a la idea, pero sin duda estamos indignados”, ha comentado uno de ellos en referencia a la noticia que les habían dado “de un día para otro”.
Daban por descontado que la empresa pudiera plantearles algunos despidos, sobre todo tras divulgarse que se planeaba aplicar 53 días de ERTE para 2025, pero ninguno imaginaba que la multinacional anunciara que iba a echar la persiana. Convencidos de que se trataba de una “deslocalización encubierta”, han señalado que llevaban varios años en lo que han ido perdiendo carga de trabajo en favor de las fábricas en Polonia y Turquía. “La plantilla ha cumplido y se han asumido todos los esfuerzos que se nos han pedido para ganar competitividad, pero la multinacional no ha respetado su promesa de aumentar las producciones”, han denunciado. Los cuatro mantenían su fe en que se pueda revertir la decisión o, al menos, “se le busque un futuro a Esquíroz”.
Menos optimistas, un matrimonio formado por dos trabajadores de 51 años oriundos de Tierra Estella y residentes en Pamplona no albergaban esperanza alguna sobre el inevitable final de BSH Esquíroz. “Éramos novios cuando empezamos a trabajar aquí y llevamos media vida en esta empresa”, ha comentado ella con la tristeza de quien se siente traicionada tras 30 años en la factoría de Esquíroz. Ha recordado cómo durante la pandemia acudió “dopada” con paracetamol a trabajar pese a estar infectada por el coronavirus, una mala decisión que, a la vuelta a casa, provocó que sufriera un grave accidente al quedarse dormida. Su marido ha explicado que tuvieron que cambiar de coche y hacer frente a los gastos médicos extra, un desembolso no previsto que les hizo un agujero en las cuentas y del que estaban empezado a “levantar cabeza”.
Con dos hijos a cargo, uno de 20 años en la universidad y otro de 16 años en un grado medio, el jarro de agua fría recibido el pasado lunes cuando les notificaron el cierre les había roto todos los esquemas. “Nos han rematado del todo. Con esta edad va a ser difícil encontrar otro empleo”, ha lamentado él respecto a las complicaciones que encuentran quienes se quedan en el paro por encima de los 45 años para reengancharse al mercado laboral. Un borrón y cuenta nueva forzados por una multinacional que va a “tirar a la basura” la destreza de una plantilla que domina el montaje de electrodomésticos. Al menos se congratulaban de no tener encima el yugo de una hipoteca, algo que apenas consolaba a una pareja que ha empezado a encarar la recta final de su vida laboral en una compañía que parecía sólida y confiable.
Ambos se han mostrado muy críticos con la actual dirección de la factoría de BSH en Esquíroz, a la que culpaban de los cierres consecutivos de Ufesa en Etxarri-Aranatz en 2004 y de la planta de Villatuerta en 2014: “Tenemos el enemigo en casa. ¿Qué nos van a ayudar?”. Ella expresaba su frustración de que se fueran a desaprovechar unas instalaciones que contaban con “una maquinaria muy buena”. Cogidos de la mano, los dos se alejaron integrándose entre los cientos de compañeros que protestaban ante el Parlamento de Navarra.